Página de información del Sindicato de Oficios Varios de Toledo de la Confederación Nacional del Trabajo, adherida a la Asociación Internacional de los Trabajadores.

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domingo, 4 de abril de 2010

El auge anarcosindicalista. El congreso de Sants y los Sindicatos Únicos.

La nueva estrategia del sindicato único, se creó para enfrentarse al modo de producción capitalista surgido con la industrialización.

El contexto histórico de 1917 fue de crisis social, política y económica, con un notable protagonismo de los militares, la emergencia de nuevas tendencias políticas y el cariz revolucionario de algunas huelgas urbanas en las áreas industriales, a las que hay que sumar las revueltas campesinas en Andalucía. Con el sistema de partidos en descomposición y la monarquía tambaleándose, los sindicalistas vieron una oportunidad para la huelga general indefinida y unitaria, y la convocaron para el 13 de agosto contra la carestía de la vida y la falta de trabajo. Reprimida por los despechados militares junteros y la guardia civil siguiendo las pautas de «un plan cinegético», en palabras de Besteiro, se saldó con un fracaso. Previsible, a tenor de las palabras de Pablo Iglesias a Seguí y a Pestaña sobre la oportunidad de la misma: «ustedes los obreros manuales, lo ven así; pero nosotros, los intelectuales, lo vemos de diferente manera.» A la asamblea de parlamentarios de izquierdas y liberales, que pedía Cortes constituyentes, les faltó tiempo para apartarse del movimiento huelguístico, por miedo a la revolución, o para huir al extranjero, y dos hombres de Cambó dejaron las reformas y su reivindicación de la autonomía catalana para entrar en el gobierno el 1 de noviembre.

La CNT había apoyado la huelga pensando que, en una coyuntura de crisis, podía ser el ariete de un impulso revolucionario, pero la actuación de la UGT durante su desarrollo evidenció para buena parte de los libertarios que la dirección ugetista, aunque interesada en la presión social para conseguir sus objetivos, no rebasaría nunca los límites parlamentarios que encauzaban a los trabajadores por senderos aceptables para la burguesía. Por ello, la CNT comenzó a redefinir su estrategia y retomó la preparación del congreso suspendido en junio de 1917 para culminar su reestructuración. Empezaron por Cataluña, la región con más desarrollo orgánico. Pestaña dejó en noviembre la secretaría general del comité regional para dirigir la «Soli» y el nuevo comité, formado Seguí, Quemades, Pey, Rueda y Camilo Piñón convocó el congreso, que tendría lugar en la barriada de Sants entre el 28 de junio y el 1 de julio de 1918.

Entre los acuerdos orgánicos del mismo, destaca la supresión de las típicas federaciones de oficio, con connotaciones gremialistas medievales, y una nueva organización basada en los Sindicatos Únicos de industria, es decir, un único sindicato agruparía a todos los trabajadores del mismo ramo productivo, una estrategia más adecuada para enfrentarse al modo de producción capitalista surgido con la industrialización. Los Sindicatos Únicos, que contarían con secciones de oficio, se agruparían a su vez en Federaciones locales y comarcales autónomas y federadas. A diferencia del federalismo político, que buscaba transformar la estructura del estado, el federalismo libertario pretendía transformar la estructura social, potenciando la solidaridad entre los oficios por encima de los intereses gremiales, al tiempo que posibilitaba un mayor grado de unidad frente a la patronal y facilitaba estrategias como la huelga general y la acción directa. Los nuevos estatutos recogieron éste y otros acuerdos que, en los aspectos orgánicos, impedían que los políticos profesionales representasen a la organización, potenciaban la sindicación femenina, establecían el carné confederal, centralizaban el comité pro-presos e impulsaban las escuelas racionalistas.

Otros acuerdos reivindicaron la jornada de ocho horas, los salarios mínimos fijados por los sindicatos, la abolición del trabajo a destajo y de la explotación de menores, además de la negativa a trabajar horas extraordinarias. La mención de la agrupación del proletariado en una organización unitaria también fue debatida, e incluso propugnada en un acuerdo, pero sin ningún resultado práctico, porque a escasas semanas de concluido el congreso la CNT decidió seguir adelante con las movilizaciones y las protestas sin contar con la UGT.

Entre los acuerdos de tipo ideológico, destaca la preferencia por la acción directa, entendida como enfrentamiento directo con la burguesía en el plano económico, sin intermediarios ni paliativos. No obstante, no excluyeron otros métodos de acción, con la intención de mantener abiertas las puertas de la Confederación al mayor número posible de sociedades obreras, salvando la reticencia de aquellas agrupaciones que aún confiaban en algunos métodos del sindicalismo de base múltiple, como el mutualismo o el cooperativismo. La CNT contaba entonces con unos 70.000 afiliados, participando en el congreso otros 5.000 trabajadores no federados.

Tras el congreso, la CNT reorganizó sus sindicatos y emprendió una campaña para crearlos allá donde aún no existían, en lo que constituyó un proceso de expansión sindical y de aumento de la militancia basado en la visualización constante de la Confederación en boicots, huelgas, manifestaciones contra la carestía y contra el precio de los alquileres, movilizaciones contra el paro, sabotajes, piquetes y actos violentos contra los esquiroles. Los sindicalistas convirtieron en la calle su teatro de operaciones y se incrustaron en el entramado social de los barrios, convirtiéndose en la voz y en el canal de expresión de quienes tenían todo tipo de problemas para subsistir y una predisposición bastante generalizada a la solidaridad, propiciada por el entorno social y el contacto personal en la comunicación. Si la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y la de Andalucía ya existían antes del congreso de Sants, a finales de 1918 se constituyó la de Levante, y al año siguiente la del Norte; en 1920 nacieron la de Asturias y la de Aragón, y en 1921 la de Galicia.

Durante la Primera Guerra Mundial, la demanda de los aliados había posibilitado el crecimiento de la industria en Cataluña, y con ello la llegada de emigrantes y el aumento de la sindicación. La patronal cedía ante las reivindicaciones salariales y la inflación reducía el salario real. Con la caída de la demanda desde las postrimerías del conflicto, la patronal optó por la línea dura para no perder margen de beneficio; y la CNT, ante la crisis social e influida por el espectro de la revolución rusa, optó por la intensificación del conflicto, particularmente constante y radicalizado en el campo andaluz, extremeño y levantino a lo largo de 1918, y que se prolongaría durante un par de años más dando lugar al denominado «trienio bolchevique». En octubre de 1918, la CNT tenía unos 81.000 afiliados, y en noviembre unos 114.000. A finales de año, la Federación Nacional de Obreros Agricultores se adhirió a la CNT. Para la burguesía, el anarcosindicalismo se estaba convirtiendo en una clara amenaza para el orden social que sustentaba su hegemonía social y económica. La prueba de fuego entre ambos se inició el 5 de febrero de 1919 con el conflicto de la Canadiense, una huelga mítica en la historia del sindicalismo libertario por su importancia, duración y dimensiones.

Mientras en Berlín habían asesinado a Rosa Luxemburgo el 15 de enero, en Barcelona, durante las semanas previas a la huelga, había incidentes entre libertarios y ugetistas, con algún asesinato durante la huelga de tipógrafos; acusaciones de Pestaña contra Cambó sobre la intención de asesinarlos a él y a Seguí; suspensión de las garantías constitucionales; clausura de sindicatos; detenciones de dirigentes y activistas libertarios; buques de guerra en el puerto y censura de prensa. La cuestión de fondo que alimentó la huelga fue, además del derecho a la sindicación, el intento de forzar a la patronal al reconocimiento definitivo de la CNT como la interlocutora del mundo del trabajo en Cataluña.

Por lo que respecta a los hechos, el recurso de algunos empleados al sindicato ante una rebaja de salarios provocó su despido como represalia, razón por la sus compañeros iniciaron una huelga de brazos caídos. Era el 5 de febrero. El recurso a la policía para expulsarlos del lugar de trabajo provocó la solidaridad del resto de los trabajadores de la empresa, y el día 8 la mayoría secundaba la huelga, que se extendió a otras empresas del sector. Los despidos incrementaban el número de huelguistas y la falta de energía comenzó a afectar a la industria y a los servicios. El día 17, además de la huelga del textil, llegó la petición de militarizar a los trabajadores por parte del capitán general. Los tranvías dejaron de circular y Barcelona quedó a oscuras. Con el permiso de los inversores, Romanotes confiscó la empresa y los ingenieros militares consiguieron iluminar la ciudad la noche del 22. La huelga era total en el sector eléctrico, y el ramo del agua se sumó a la misma el día 27, razón por la que también fue confiscado.

Ante un comunicado empresarial que despedía a todo trabajador que no se hubiese incorporado al trabajo el 6 de marzo, el sindicato de Artes Gráficas respondió con la «censura roja» y el capitán general con la movilización de todos los hombres del ramo que tenían entre 21 y 38 años. Comenzaron las detenciones y unos tres mil trabajadores llenaron las prisiones, el castillo de Montjuïc y los buques de guerra del puerto, sometidos a la jurisdicción militar, puesta al servicio de la patronal catalana tras la declaración del estado de guerra el 12 de marzo. Barcelona fue ocupada por los militares y las cajas de resistencia podían llegar a recoger decenas de miles de pesetas semanales. Romanones se inclinó por algunos nombramientos políticos para propiciar el diálogo y el día 15 se abrieron las negociaciones. El 17 se llegó a un acuerdo, se levantó la censura roja y el estado de guerra. Dos días después concluía la huelga con un balance bastante favorable para los trabajadores: jornada de ocho horas, mejoras salariales, readmisión de los despedidos y libertad para los detenidos. Unas 20.000 personas se congregaron ese día en la plaza de toros de las Arenas para ratificar el acuerdo, pero el propio Seguí fue recibido con un importante abucheo porque algunos trabajadores seguían detenidos por los militares. Para el «Noi del Sucre» se trataba de elegir entre la consolidación de las mejoras conseguidas o rescatar por la fuerza a los detenidos, con el consiguiente baño de sangre, que podía ser el inicio de la revolución social; pero, aunque dominaban las calles, ¿estaban en condiciones de vencer a los militares? Acordaron volver al trabajo y dar un plazo de tres días para la libertad de todos los detenidos.

Con el apoyo de Lliga, Milans del Bosch optó por no liberar a los detenidos. Burgueses y militares esperaban acabar con los anarcosindicalistas si éstos optaban por la huelga general revolucionaria. Los más radicales acabaron convocándola el 24 de marzo, y el 25 el capitán general declaró por su cuenta el estado de guerra. Al día siguiente, unos ocho mil paramilitares del Sometent salieron armados a las calles de Barcelona bajo la dirección del nacionalista Ventosa Calvell. El propio Cambó afirmó que se había paseado con un fusil por las calles de la ciudad. El día 30 el estado de guerra se extendió a toda España y el 1 de abril la huelga general abarcaba las ciudades más industrializadas de Cataluña. Al día siguiente todos los sindicatos fueron clausurados, aunque Romanotes decretó la jornada de ocho horas a partir de octubre para desbrozar el camino de la vuelta al trabajo, hecho que se empezó a producir a partir del día 5. Los partidarios de la huelga habían sido derrotados, y con ellos la sensación de imbatibilidad que acompañó a la CNT durante la huelga de la Canadiense. El grupo de presión formado por los militares y la Lliga, ésta a través de la patronal, se había impuesto a las decisiones del gobierno, que dimitió. La burguesía catalana, que propugnaba la reforma del estado para acomodarlo a sus intereses, se había aliado con los militares hasta el mismo límite del golpe de estado, también para defender sus intereses económicos. No era la primera vez. Ya habían llevado a término una campaña de delación tras la Semana Trágica; llevaban años oponiéndose a las reformas sociales de diferentes gobiernos en nombre de la no intervención, pero pidiendo la intervención del ejército contra los trabajadores, es decir, propiciando el militarismo. Tampoco sería la última, porque apoyarían el golpe de Primo de Rivera en 1923 y contribuirían a financiar el golpe de 1936.

El fracaso de la huelga posterior al conflicto de la Canadiense animó a la patronal a dar el siguiente paso de su estrategia: acabar con la fuerza organizada de los trabajadores aplastando a la CNT. Pactaron con Maura, que los dejó hacer, y, bajo la ley marcial, la represión que tuvo lugar durante la primavera y el verano llevó a la cárcel a unos 43.000 confederados, sin distinguir entre partidarios y detractores de la violencia, lo que dio razones a los primeros para formar grupos de acción, y restó argumentos a los segundos ante el ataque indiscriminado. Los partidarios de responder con la violencia a la violencia de la patronal y del estado empezaron a hacerse con las juntas de los sindicatos, que actuaban en la clandestinidad. La acción directa dejó de ser colectiva para convertirse en individual o de grupo.

Los intentos de mediación del gobierno, que los hubo, chocaban con la estrategia de la patronal y fracasaban uno tras otro; incluso el cierre patronal parcial de noviembre de 1919 tuvo todo el aspecto de ser una medida de presión para derribar al gobierno reformista, con la finalidad de, acusándolo de falta de autoridad, obligarlo a dar un salto cualitativo en la represión, o evitar, al menos, su injerencia en los métodos de la patronal pactados con el capitán general, que, sin exagerar, pueden calificarse de fascistas.

Cuando el 10 de diciembre de 1919 la CNT inauguraba el congreso de la Comedia en Madrid, que generalizaría los Sindicatos Únicos y ratificaría la línea anarcosindicalista aprobada en Sants, Barcelona estaba bajo el cierre patronal, que había conseguido derribar al gobierno y se prolongaría un par de meses. Ese mismo día 10, los carlistas constituían en la ciudad condal los Sindicatos Libres. Todos los ingredientes del cóctel estaban sobre la mesa. La CNT tenía entonces cerca de 800.000 afiliados, más de la mitad en Cataluña. Otros 55.000 no federados asistieron al congreso. Había sido capaz de hacer frente a la represión sin desintegrarse y estaba en su cenit. Faltaban aún los años más duros de guerra sucia, en los que todo valió contra la CNT. Aunque la burguesía mantuvo el poder por la violencia, la función revolucionaria del anarcosindicalismo encarnaba el futuro, una esperanza que pondrían en práctica durante el corto verano de 1936.

Marciano Cárdaba.

Sobre los orígenes de la CNT

El final de un largo camino. El despunte anarquista (1902-1909)

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