“No es suficiente gritar: ¡Revolución!
¡Revolución! para que inmediatamente sigamos detrás de cualquiera que
tenga interés en arrastrarnos. Es natural, sin duda, que el ignorante
obedezca a su instinto: el toro enloquecido se precipita sobre un trapo
rojo, y el pueblo, siempre oprimido, se lanza contra cualquiera que se
le designe como causante de su desgracia. Una revolución cualquiera es
siempre buena cuando se produce contra un amo o contra un régimen; pero
si de ella ha de surgir un nuevo despotismo, es cosa de preguntarse si
no resulta preferible dirigida de otro modo. El momento de no emplear en
estas luchas sino fuerzas conscientes, ha llegado ya; los
evolucionistas, con perfecto conocimiento de lo que quieren realizar en
la próxima revolución, no se entretendrán en la inicua tarea de
sublevar a los descontentos y lanzarlos a una lucha sin finalidad, sin
brújula.
Puede decirse que hasta nuestros días*
ninguna revolución ha sido razonada, y por esta causa ninguna tampoco
ha completado el triunfo. Todos los grandes movimientos fueron, sin
excepción, actos casi inconscientes de la multitud, movida por su
instinto o arrastrada por interesados, y las ventajas obtenidas no han
sido de verdad más que para los directores del movimiento.
Por eso toda revolución tuvo su día
siguiente. La víspera se empujaba al pueblo al combate; al día siguiente
se le exhortaba a la prudencia; la víspera se le decía que la
insurrección es el más sagrado de los deberes, y al día siguiente se le
predicaba que el rey es la mejor de las Repúblicas o que el mayor de los
heroísmos consistía en pasar tres meses de hambre en beneficio de la
sociedad, o bien aún, que ningún arma puede reemplazar a la papeleta
electoral. De revolución en revolución, el curso de la historia parece
el de un río contenido cada tanto por obstáculos. Cada gobierno, cada
partido vencedor, ensaya a su turno dirigir la corriente a derecha o
izquierda para llevarla a su campo o a sus molinos. La esperanza de los
reaccionarios es que siempre será así y que el pueblo, como rebaño, se
dejará eternamente desviar de su verdadero camino, empujado por soldados
hábiles o por abogados charlatanes.
(…)
El período de puro instinto, no tiene
razón de ser en nuestros días. Las revoluciones no se harán ya al azar,
porque las evoluciones son cada día más conscientes y reflexionadas. En
todos los tiempos el animal o el niño gritaron cuando se les ultrajó y
contestaron con gestos o con golpes; la sensitiva misma cierra sus hojas
cuando un movimiento la ofende; pero la lucha metódica y precisa contra
la opresión está muy lejos de esas rebeldías espontáneas. Los pueblos
veían en otros tiempos cómo los acontecimientos iban sucediéndose y no
se preguntaban a qué orden superior obedecían; luego aprendieron a
conocer el encadenamiento de los sucesos y a estudiarlos con inexorable
lógica, empezando a saber que es necesario trazarse una línea de
conducta para conquistarse a sí mismos. La ciencia social, que señala
las causas de la esclavitud y al mismo tiempo los medios de
emancipación, se va desprendiendo del caos de opiniones en litigio.
El primer hecho demostrado por esta ciencia es que ninguna revolución puede realizarse sin una evolución anterior.
Para luchar es preciso saber. No es
suficiente lanzarse furiosamente a la batalla como los cimbros o los
teutones, mugiendo bajo la adarga o con un cuerno de auroch; ha llegado
la hora de prever, de calcular las peripecias de la lucha y preparar
científicamente la victoria que nos traerá la paz social. La condición
principal para asegurar el triunfo es deshacernos de nuestra ignorancia.
Hemos de conocer todos los prejuicios que se hayan de destruir, todos
los elementos hostiles y obstáculos que se opongan a nuestro paso y
además no desconocer ninguno de los recursos de que podamos disponer,
ninguno de los aliados que la evolución histórica nos proporcione.”
Extraido de: JJLL Valencia