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sábado, 13 de junio de 2009

Barbarie católica.

Represión sexual del catolicismo y su supuesta superioridad moral frente a la sociedad.
El sexo ha tenido casi siempre un papel relevante en las religiones. Para algunas el sexo es algo natural, implícito a la condición humana. Para otras, como es el caso de la Católica, el sexo es algo pecaminoso y execrable. De todos y todas es sabido que la Iglesia Católica y el Estado Vaticano han sido siempre contrarias a la libertad sexual, aún habiendo en su interior corrientes de opinión menos intransigentes en este sentido, pero son las menos.

La asociación y limitación del sexo a la procreación y su vinculación con el matrimonio heterosexual según parece forma parte del contenido doctrinario del catolicismo, así como de otros grupos cristianos. Hasta aquí ningún problema. Quien quiera seguir las indicaciones que desde púlpitos, altares, prensa, radio y televisión hacen las jerarquías y militantes de esa opción religiosa que lo haga, lo que no es de recibo es que el resto de la sociedad se resigne a aceptar agresivas e insultantes declaraciones contra quienes no piensan como ellos.
Hay personas que creemos que el sexo no tiene porque limitarse a un fin de procreación, sino que es un acto que puede tener diversos objetivos, pudiendo definirse, entre otras muchas opciones, como una expresión de amor o lo que, en palabras de la revista del Arzobispado de Madrid, es una “banalización” del sexo, calificando de este modo el disfrute de la sexualidad de una manera más libre ligada al propio placer sexual, sin que haya condicionantes para ello como una relación afectiva, matrimonio, etc.

La de los prelados es una opinión con la que se puede estar o no de acuerdo siempre que se quedara en eso, es decir, en una opinión. Ahora bien, si además de lo anterior se dicen cosas como que esa supuesta “banalización” del sexo hace que la violación no haya de considerarse un delito, que una violación es equiparable a “obligar a alguien a divertirse durante algunos minutos”, quien esto dice, así como las instituciones a quienes representa, demuestran una total falta de respeto, sensibilidad, conciencia y moral (humana, que no cristiana) que se puede calificar como barbarie, y por ello debiera suponer el rechazo tajante de una sociedad que a día de hoy, y espero no equivocarme, es mucho más consciente que ellos del grave problema que suponen los ataques a la libertad sexual y personal (violaciones, abusos sexuales, pederastia, conductas homofóbicas, violencia de género, prostitución ...)

Lo mismo podría decirse de los abusos sexuales a menores en colegios, orfanatos y demás, hecho investigado en Irlanda con el impresionante saldo de miles de ellos en un escaso período de tiempo. Si bien hasta ahora se venían conociendo otros casos de aquí y allá, éstos eran más bien silenciados y escasamente condenados y mucho menos castigados por la Iglesia Católica, pero el resultado de la investigación irlandesa ha creado un precedente y generado una duda que debería ser aclarada ¿cuántos miles de niños y niñas confiadas a instituciones católicas o de cualquier otro signo han padecido o siguen padeciendo esta violencia? ¿cuántos de ellos en España? No es una cuestión menor, como quiere hacer creer el cardenal Antonio Cañizares. Una investigación similar a la de Irlanda es de suponer que tendría consecuencias demoledoras para su institución, por lo que no les conviene y seguro pondrían todas los impedimentos posibles a una iniciativa de estas características.

Estas declaraciones y manifestaciones contra la libertad sexual son una constante de la organización católica, la cual tiene millones de adeptos en todo el mundo. La estricta jerarquización y férreo control del ideario o doctrina por parte de una gran minoría privilegiada hacen que les esté prohibido a quienes se dicen católicos (prohibición más teórica que real) el vivir la sexualidad de una forma libre, natural e incluso segura, pues el hecho de rechazar el uso del preservativo aún en zonas donde hay alto riesgo de contraer el SIDA (entre otras enfermedades de transmisión sexual), es algo más propio de un fanatismo irreflexivo que de personas a las que se les supone un cierto conocimiento de las relaciones afectivas humanas y de los avances de la Ciencia.

No es objeto e interés de este escrito el promover un cambio de actitud de la inmovilista Iglesia Católica, algo que tampoco estaría de más, pero sí el motivar a la sociedad laica a romper con la tendencia a callar frente a las barbaridades que dice y hace una religión de Estado (véase la Constitución española) financiada con dinero público (más de 3500 millones de euros al año) y que se desenvuelve en la mayor de las impunidades por la falta de una respuesta social articulada.

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