José Luis Carretero Miramar, miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión
(ICEA)
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I.¿Liberalización?, ¿privatización?, ¿de qué va eso?
Hemos asistido en los últimos decenios a una incontestable dinámica económica, bendecida por el ala ideológica conservadora denominada como “neoliberalismo”, de liberalización y privatización de los servicios públicos en el conjunto de la economía global. Dicha dinámica, como no podía ser
menos, alcanza también a la prestación del servicio postal, tradicionalmente llevada a cabo por el Estado.
Así, todo un proceso de “liberalización” y “privatización” confluyentes, ha sido puesto en marcha, dislocando y transformando enormemente la configuración legal, laboral y socioeconómica del mundo postal. Un proceso cuyo despliegue no podía menos que incidir también en nuestro Estado.
Se entiende generalmente por “liberalización de un mercado”, el hecho de hacer que sea la competencia entre empresas la que fije realmente las condiciones y precios en el mismo, minimizando las regulaciones estatales que puedan impedirlo.
Por “privatización” se entiende el hecho de traspasar a manos privadas (y, por tanto, pertenecientes al mercado) actividades que anteriormente se llevaban a cabo por empresas públicas, ya fueran estatales, regionales o locales.
En el imaginario (y en la estrategia) neoliberal, liberalización y privatización son dos dinámicas que han de hacerse confluir para que un sector, anteriormente monopolizado y altamente regulado por el Estado, pase a estar dirigido por la “mano invisible” de un mercado de operadores privados, en condiciones (se supone) los más parecidas que sea posible a la llamada
“competencia perfecta”.
El neoliberalismo entiende que esta fijación de los precios y condiciones del sector por un mercado “libre y competitivo” actúa en beneficio de la productividad en el mismo y beneficia a los consumidores (maximiza la cantidad y calidad y disminuye el precio de los bienes producidos).
Sin embargo, el hecho de que esto no haya ocurrido efectivamente en la multiplicidad de los mercados que han sido liberalizados en los últimos decenios ha de llevarnos a pensar que el objetivo último, la finalidad realmente perseguida, de esta estrategia es muy otra.
Hemos de tener en cuenta que, según diversos analistas, al hilo de la crisis capitalista de los años setenta, se alcanza una situación global de sobreproducción.
Es decir, que en el marco de la economía global capitalista y de sus mecanismos de reparto de los recursos sociales, se produce más de lo que, dadas las relaciones sociales existentes, puede comprarse. Lo que hace bajar la rentabilidad de las actividades productivas.
Así, la plusvalía producida en el proceso de reproducción ampliada del Capital (en el proceso de trabajo) no puede realizarse. Gran cantidad de capitales se transforman en excedentarios, no alcanzando a otear un mercado en el que aplicarse para continuar la acumulación.
La reacción de los laboratorios gerenciales del Gran Capital no se hace esperar, y toma la forma de tres estrategias interdependientes y generalizadas:
-Forzar aún más el proceso de reproducción ampliada del capital (la dinámica de generación de la plusvalía en el proceso de trabajo) mediante una gigantesca distorsión de los procesos productivos que toma la forma de la descentralización productiva, la externalización de los servicios, la precarización de las condiciones de trabajo de amplios sectores proletarios o la disminución efectiva de la parte de la renta destinada a la retribución del trabajo.
-Crear nuevas vías de negocio. Inventar nuevos procesos de multiplicación de la rentabilidad empresarial, centrados en la especulación y en la financiarización.
Es decir, si la producción ya no da la rentabilidad que debería, dedicaré mis excedentes a la especulación (inmobiliaria, en derivados financieros, etc.), que da unas rentabilidades mucho mayores. Todo ello genera una sucesión de gigantescas burbujas especulativas que terminan por estallar y mostrar su naturaleza puramente virtual. Esto es así, en definitiva, porque no siendo la actividad financiera o especulativa, una actividad productora de valor sino un mecanismo de distribución de la renta, opera como una enorme pirámide de Ponzi donde el precio asignado a los activos no se corresponde con su valor en sentido estricto, sino que se multiplica, de manera aparentemente infinita, hasta el momento en que se hace evidente e insoslayable la diferencia entre ambas magnitudes.
-Por último, y en íntima conexión con todo lo anterior, otra manera de recuperar la rentabilidad de la actividad empresarial es volver disponibles para ella sectores que anteriormente no lo eran. “Liberalizar” y “privatizar” mercados que, actuando como una forma de salario indirecto para el proletariado, se mantenían ajenos a la extracción de plusvalía.
Se trata de explotar nuevos yacimientos de plusvalor que habían sido desconectados del mercado global y puestos en manos de empresas estatales o comunitarias.
Este proceso ha adquirido unas dimensiones enormes, que han hecho a diversos analistas comparar la situación actual con la de los famosos “enclosures” (o cerramientos) de las tierras comunales inglesas que narra Marx en el Libro Primero de “El Capital”, y que operaron como un factor determinante en la llamada “acumulación primitiva” del Capital (la acumulación que dio lugar al paso de una sociedad feudal a una capitalista).
Ese gigantesco proceso de privatización de activos, que son puestos a funcionar en el mercado capitalista, lo que permite que los excedentes se vuelquen en ellos y encuentren nuevas fuentes de rentabilidad, ha alcanzado también, sin duda, al sector postal.
Extraido del boletín "Solidaridad Postal" nº 56, de la Sección Sindical de CNT- Madrid en Correos.
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